Audelino Alvaro Ramos
Director General de MA3M
Esto no es una noticia de ultima hora, pero estoy seguro que sí dará origen a una fuente ingente de publicaciones, donde el mundo de los residuos tiene aún casi todo que decir.
Aun siendo un profano en la mayor parte de los requerimientos tecnológicos que se precisan para desarrollar las ideas que pueden hacer más cómodas nuestras ciudades, no lo soy tanto en los aspectos que tienen que ver con los servicios urbanos que atienden las necesidades de los ciudadanos. Treinta años de experiencia creo que me permiten haber conocido las demandas de muchos de ellos y haber reflexionado sobre qué pueden hacer las tecnologías de la información y de la comunicación.
Las ciudades inteligentes no nacieron hace cuatro días, cuando alguien comenzó a hablar de las “Smart City”. Cuando surgieron los primeros agrupamientos de personas en los burgos, allá por el siglo XII, comenzaron las necesidades de sus vecinos. Las primeras fueron muy simples; por ejemplo, identificar el lugar donde vivían, y para ello fue preciso que las calles embarradas tuvieran nombre, dado que si alguien venía a visitarlos, debería tener alguna referencia para buscar la casa. Cuando esas calles se fueron alargando el nombre ya no era suficiente, era necesario poner números a las casas para que el visitante no pasara mucho tiempo para localizar a la persona que buscaban. Estos elementos tan sencillos son también información y comunicación, aunque no llevaran ningún procesador en su interior.
No hay ciudad que no quiera tener el calificativo de “Smart City”; y todas lo son, porque en todas hay medios que informan al ciudadano sobre muchos aspectos de la vida cotidiana.
Las ciudades siguieron creciendo y ya resultaba difícil encontrar una calle a los propios residentes, y comenzaron a ser habituales los mapas. La revolución industrial generó un enorme flujo de trabajadores del campo a la ciudad que precisaban de transporte; ¿pero qué tranvía coger?, ¿el de los caballos blancos o el de los negros?, ¿por dónde pasaba? Nacieron las paradas y en ellas la información precisa para poder utilizar adecuadamente los medios de transporte.
No pretendo aburrir más al lector con hechos históricos que cualquier especialista podría haber planteado mejor. Solo pretendía que nos diéramos cuenta de que las ciudades inteligentes no nacieron anteayer, que una ciudad inteligente es aquella que aporta información al ciudadano para que su vida sea más cómoda.
Si damos un salto en el tiempo y nos acercamos al momento actual, no hay ciudad que no quiera tener el calificativo de “Smart City”; y todas lo son, porque en todas hay medios que informan al ciudadano sobre muchos aspectos de la vida cotidiana. El problema reside en que no hay una definición clara de qué es una ”Smart City”, y probablemente nunca la habrá, porque son los ciudadanos los que demandan los servicios que precisan, y desde luego no son iguales en Nueva York que en Villa García del Pedrete, y también los pueblos pueden tener el calificativo de inteligentes.
Lo que sucede es que las medianas y grandes ciudades van observando que sus ciudadanos no se conforman con conocer dónde para el autobús y a dónde les puede llevar, sino que quieren saber cuándo va a poder montarse en él, y eso precisa un gran desarrollo tecnológico, y es por ello que las ciudades inteligentes se están uniendo conceptualmente a los importantes desarrollos tecnológicos en los aspectos de la información y de la comunicación.
Todo ello basado en el internet de las cosas, algo que, si no he comprendido mal, es que las maquinas se comuniquen entre sí, lo que ya sucedía, pero no a la velocidad de transmisión de información de la que ahora disponemos, ni con la complejidad de algoritmos que esta nueva tecnología precisa, por no hablar de los megacentros de datos que deben comunicarse a alta velocidad.
En este devenir de las cosas cada ciudad fue prácticamente por libre, aunque hoy poco a poco se van asociando y eso enriquece a todas, debiendo destacar el esfuerzo que la ciudad de Santander ha realizado en esa labor de aglutinación, tal vez porque fue la primera que abandono las pruebas piloto y se atrevió a apostar por actuar en casi toda la ciudad, es decir, asumió el reto de la escala real.
Los ciudadanos desconocen cómo se les prestan realmente los servicios; no saben cuántos peones de limpieza hay en la calle, si se han recogido todos los contenedores, si el césped se ha cortado en el momento adecuado.
Lo primero fue establecer una malla de comunicación, labor no exenta de dificultades a la hora de elegir el sistema de transmisión de datos, su ubicación, distancia entre repetidores, y un sinfín de conceptos más que no llegué a entender, aunque era miembro del comité de expertos; pero mi misión en él era otra, identificar necesidades. En ese proceso en la mesa de expertos se barajaron muchas: sistemas que permitían saber desde tu teléfono móvil donde había plazas libres en las zonas de estacionamiento limitado, el número de plazas libres de cada parking, la densidad del tráfico en las calles, los índices de contaminación, el control de llegada de los autobuses a las paradas, la regulación de los semáforos en función de la densidad del tráfico…
En ese debate yo reflexionaba: ¿una ciudad inteligente no es también la que gestiona de manera eficiente los servicios que presta al ciudadano? Y lo puse sobre la mesa porque esto se salía del concepto tradicional de información y comunicación al ciudadano, es decir, de las “Smart City”. Pero los expertos de diferentes países que allí estaban presentes tenían la suficiente apertura de miras como para saber que el concepto de ciudad inteligente aún no estaba cerrado.
Con honrosas excepciones, los ciudadanos desconocen cómo se les prestan realmente los servicios; no saben cuántos peones de limpieza hay en la calle, si se han recogido todos los contenedores, si el césped se ha cortado en el momento adecuado, si el riego esta optimizado, si la presión y el caudal de agua que llega al ciudadano es el correcto, si las farolas se encienden cuando deben o sencillamente si están o no encendidas, si los tiempos de operación de los semáforos mantienen el tráfico fluido, si el transporte urbano está llegando cuando corresponde a las paradas y con capacidad suficiente…
Pero esta es la parte sencilla, aún queda lo que cualquier cliente desea, y el ciudadano es el cliente del Ayuntamiento: la calidad con la que se ejecutan los trabajos. De nada sirve que haya cuatrocientos barrenderos en la calle si todos llevan la escoba sobre el hombro. Estoy cansado de escuchar que mi ciudad está sucia. Pero comparado con qué, cuantificado cómo. Los ayuntamientos tienen que poder dar respuestas reales y valoradas a sus clientes.
La mayoría de las empresas prestatarias de estos servicios están preparadas para ello; empiezan a ver al ciudadano como un cliente y a la ciudad como un conjunto donde todos los servicios interactúan, e intentan hacer comprender a la administración que esta interactuación hace necesaria la aglutinación de contratos de diferentes servicios en un mismo gestor, lo que los haría sin duda más eficaces, rentables y controlables.
Con este breve artículo solo pretendo abrir la puerta a sucesivas publicaciones mucho mas concretas y técnicas que irán apareciendo en esta revista digital. En el desarrollo de las “Smart City” cabemos todos.