Alexandra Farbiarz Mas.
Comunicóloga, especializada en Biotecnología y Medio Ambiente.
Necesitamos culturizarnos en materia de sostenibilidad y dejar de entenderla como una materia de expertos, incorporar la mirada de que el medio ambiente no es algo “aparte” en nuestras vidas, sino la base de las mismas.
¿A qué nos referimos por cultura de la sostenibilidad en este post?
Por cultura vamos a considerar dos de las definiciones que incluye la RAE:
- f. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
- f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.
Desde estas dos definiciones entendemos que la cultura es la relación que establecemos los seres humanos con nuestro entorno. En este sentido, no se trata de subculturas o, dicho de otro modo, de una cultura fragmentada como quien realiza un estudio de relaciones con determinados grupos sociales o públicos objetivos ni tampoco de culturas en manos de especialistas. Estamos hablando de un conocimiento compartido y con códigos reconocibles y comprensibles por una gran mayoría de la población.
Así pues, por cultura de la sostenibilidad, entendemos un lenguaje y comportamientos en el que la sociedad entiende y establece conexiones entre los seres humanos y su entorno medioambiental, económico y social, o lo que es lo mismo, las tres patas que configuran la sostenibilidad.
En el ámbito de los modelos económicos empresariales, existen empresas de economía social y solidaria y empresas en las que se defienden valores de la sostenibilidad. Según un estudio de la Confederación Empresarial de la Economía Española” de 2021, estas organizaciones representan un 10% de la facturación del Producto Interior Bruto de España. Sin embargo, frente a este tipo de organizaciones siguen siendo muchas las que siguen sin tener en su ADN la preocupación y compromiso ante los retos de la emergencia climática y todas las problemáticas asociadas a ella, por poner un ejemplo. Por esta razón, las grandes empresas están obligadas a dar a conocer ante las administraciones y la sociedad los factores ambientales, sociales y de gobernanza (ASG) -más conocidos por sus siglas en inglés ESG- mediante los informes de información no financiera, y que han sido modificados, desde el 2023 por la Directiva de informes de sostenibilidad corporativa (CSRD) – los primeros informes deberán ser presentados en 2024.
Por otro lado, a pesar de que se hayan socializado, por ejemplo, términos como cambio climático, ecología, eficiencia energética o reciclaje, demasiadas prácticas sociales, políticas y económicas no han cambiado. Se han dado algunos avances, pero escasos respecto a la dimensión de la tragedia que nos advierte el último informe del IPCC, por citar un ejemplo.
Tampoco caló demasiado en los medios de comunicación masiva la relación entre la pandemia de la Covid-19 y la merma de la biodiversidad a nivel mundial. Esta falta de conexión entre ámbitos de salud y medioambiente evidencia la falta de cultura de sostenibilidad. Una de las razones por las que probablemente ocurra ello es por la forma especializada de entender el conocimiento que deja de lado la perspectiva global entre distintas disciplinas y que necesitan, urgentemente, un diálogo entre sí y que sean divulgados en un lenguaje llano y con un vocabulario estable. Existen algunos espacios que lo llevan a cabo, pero suelen llegar más a un determinado público que a la población general.
Por otro lado, existen iniciativas europeas como El Pacto Verde o de carácter global como los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas. No se cuestiona que estas apuestas ayuden a crear un mapa y hojas de ruta para las organizaciones en pro de la sostenibilidad. Sí, es una forma de contribuir a una cultura de la sostenibilidad, pero sobre todo, muchos discursos sobre la misma. Es decir, nos contamos historias sostenibles necesarios, pero obviando, a menudo, lo que sigue sin ser sostenible.
La cultura de la sostenibilidad debería ser, ante todo, el centro de nuestras vidas. Sin un ambiente saludable, los seres humanos no podemos ni estar ni sentirnos bien ni mínimamente seguros. La sostenibilidad es, esencialmente, una cuestión de bien común y no de un sustrato sobre el que hacer cómo nos venga en gana. Y la naturaleza, cuando no se le respeta sus límites, nos lo devuelve de forma contundente: pandemias, huracanes, sequía, hambre, problemas de salud, migraciones masivas.
Bajo todo ello está también el trasfondo de un sistema económico basado en una sobreexplotación y en desigualdades sociales igualmente insostenibles.
¿Realmente creemos estar desarrollando una cultura de la sostenibilidad o bien muchos discursos para creérnoslo?
A estas alturas, en una cultura de la sostenibilidad real, la mayoría de la población debería ser consciente de que:
- Los seres humanos dependen de los recursos que nos ofrece la naturaleza.
- Que los recursos de la naturaleza la hemos sobreexplotado y el decrecimiento ya no se trata de una opción ideológica sino de una realidad que nos desbordará muy fácilmente si no los racionalizamos y cambiamos hábitos.
- Que el cambio climático genera impactos sobre nuestra salud y nuestras actividades que nos obligan a tomar medidas de mitigación y adaptación. ¿Cuánta gente distingue entre una cosa y la otra?
- Que estamos alterando la geografía que mantiene en equilibrio el planeta. Estamos perdiendo el norte, literalmente: el Ártico se funde a marchas forzadas.
- Que existen opciones para mitigar y adaptarnos ante estos escenarios, cambiando nuestra forma de vivir para evitar los grandes impactos tanto del cambio climático, como de escasez de recursos como de minimizar el impacto de las diversas contaminaciones que alteran nuestros cuerpos y, por ende, nuestra salud.
- Que estas opciones significan cambios de fondo y de hábitos del sistema económico, de reorganizar la globalización y de determinadas opciones energéticas, de agricultura y ganadería que impactarán en nuestra movilidad, en nuestras relaciones, en nuestra forma de alimentarnos.
- Que los residuos deben ser minimizados y los que se crean deben ser entendidos realmente como recursos y que urge el desarrollo de los mercados de materias primas secundarias.
- Que por tierra, mar y aire nadie queda exento de la contaminación y que esto nos afecta a nuestra propia salud. Recordemos que la contaminación no entiende de fronteras.
Además de ONG, movimientos sociales como Friday for future, los científicos bajo el paragauas de Scientist Rebellion (Rebelión Científica en España) se han coordinado para denunciar lo que es más que evidente: los efectos que ya estamos padeciendo por la emergencia climática (que no solo) y que se agravaran los próximos años si no se toman decisiones urgentemente para frenarlos al haber alcanzado y sobrepasado los límites planetarios. Y no solo denuncian, también hacen propuestas, pero no solo no se les escucha lo que se debiera, sino que, además, más de uno ha sido o puede ser enviado a prisión a pesar de realizar manifestaciones no violentas. El mundo al revés. Parece que el propio mercado no quiera ver la realidad. Al mercado también se le acaban los recursos. En 2020, se publicó un artículo en la revista “Nature” titulado: “La masa global creada por el hombre supera a toda la biomasa viva”. ¿Cómo vamos a seguir sosteniéndonos si nosotros respiramos gracias a los árboles y cada vez hay más biomasa en nuestros productos y menos en la tierra?
En la era del entretenimiento, es muy difícil hacer calar el relato ambiental: no es divertido ni sencillo precisamente de transmitir.
Pero quedarnos en el story teller como consuelo, tampoco nos será de gran ayuda. Necesitamos cambios estructurales a pequeña y gran escala, necesitamos que la cultura de la sostenibilidad llegue a la población, pero sobre todo a los estamentos económicos y políticos y que sepan realmente de lo que hablan y no como si fuera un cuento.
Ante las visiones distópicas que llevamos años viviendo, convendrían visiones utópicas y sostenidas para que pudiéramos establecer cambios radicales que todos necesitamos, porque hemos llevado al límite la naturaleza y porque existen soluciones que exigen decisiones valientes y otras pueden ser aplicadas sin necesidad de grandes distorsiones. Pero, en ambos casos, es necesaria la voluntad y para las poblaciones vulnerables, recursos.
Y para estos cambios necesitamos culturizarnos en materia de sostenibilidad y dejarla de entender como una materia de expertos, incorporar la mirada que el medio ambiente no es algo “aparte” en nuestras vidas, sino la base de las mismas.
Y reducirlo todo a “Yo sí reciclo” o “Mi empresa hace informes de sosteniblilidad” sin que los empleados tengan la menor idea de lo que esto significa, quiere decir que nuestra cultura sigue cojeando demasiado en materia de sostenibilidad.
Podríamos terminar con aquello de “¿me lo dices o me lo cuentas?”.