Una reciente investigación relaciona la riqueza con el desperdicio alimentario y afirma que cuanto más ganamos y gastamos, más comida desechamos.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estimó que en 2005 se desperdició un tercio de todos los alimentos disponibles para el consumo humano (en este contexto, «desperdicio» se refiere a los alimentos aptos para el consumo humano que no se consumieron). Esta cifra ha seguido sirviendo de referencia para estimar la magnitud del desperdicio mundial de alimentos. Sin embargo, la metodología de la FAO no tiene en cuenta el comportamiento de los consumidores en relación con los residuos de alimentos y considera la oferta de alimentos por sí sola para determinar la magnitud del desperdicio.
Ahora, un estudio de la Universidad de Wageningen (Holanda) ha investigado si la riqueza de los consumidores puede afectar al desperdicio de alimentos y de qué manera. Y sus resultados concluyen que es probable que los consumidores estén desperdiciando mucha más comida de lo que comúnmente se cree.
Utilizando un modelo de metabolismo humano y datos de la FAO, el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud, los investigadores cuantificaron la relación entre el desperdicio de alimentos y la riqueza de los consumidores. Utilizando este modelo, crearon un conjunto de datos internacionales que proporcionaban estimaciones de los residuos de alimentos tanto a nivel mundial como nacional.
Los autores del trabajo, recientemente publicado en la revista de acceso abierto PLOS ONE, descubrieron que una vez que la riqueza del consumidor alcanza un umbral de gasto de aproximadamente 6,70 dólares diarios per cápita al día, los desechos de alimentos de los consumidores comienzan a crecer, aumentando rápidamente con el incremento de la riqueza al principio, y luego a ritmos mucho más lentos con niveles de riqueza más altos.
Los datos también mostraron que las estimaciones de la FAO sobre el desperdicio alimentario de los consumidores pueden ser demasiado bajas. Mientras que la FAO estimó que los residuos de alimentos eran de 214 kcal/día per cápita en 2015, este modelo estimó que en realidad eran de 527 kcal/día para el mismo año.
El informe cuestiona la exactitud de los datos de la FAO, que no siempre son completos (por ejemplo, las encuestas sobre países de bajos ingresos no siempre incluyen los alimentos procedentes de la agricultura de subsistencia). Los autores también señalan que hay muchas características del consumidor que pueden afectar al desperdicio de alimentos más allá de la riqueza.
Sin embargo, este trabajo sugiere que para lograr un bajo desperdicio mundial de alimentos puede ser necesario centrarse conjuntamente en dos aspectos: reducir los altos niveles de comida desechada en los países ricos y evitar que los niveles de desperdicio aumenten rápidamente en los países de ingresos medio-bajos en los que la riqueza está aumentando. Los autores creen que el método que subyace a este estudio puede utilizarse como base para comprender y evaluar mejor las magnitudes actuales de los residuos de alimentos y ayudar a medir los progresos mundiales en la reducción del desperdicio.
Los autores añaden que las nuevas investigaciones que utilizan datos sobre la riqueza de los consumidores «muestran que estos desperdician más del doble de alimentos de lo que comúnmente se cree» y que «proporcionan una nueva base comparable a nivel mundial con la que se puede medir el progreso en el objetivo internacional de desperdicio de alimentos (SDG12) y sugieren un nivel umbral de riqueza de los consumidores en torno al cual lanzar políticas de intervención para evitar que el desperdicio de alimentos se convierta en un gran problema».