Maria José Meseguer Penalva.
Doctora en Derecho, especializada en Derecho Ambiental.
TERRAQUI. Derecho Ambiental.
Hoy en día, los residuos no son sólo un problema medioambiental, sino también una pérdida económica. Para asegurar nuestra calidad de vida y el bienestar humano a largo plazo, tenemos que preservar el medio ambiente y seguir cultivando los beneficios que nos proporciona mediante la reducción de la cantidad de materiales que estamos extrayendo. Y ello sólo será posible mediante el cambio del actual modelo económico lineal de “coger – producir – consumir – eliminar”, el cual se basa en disponer de una gran cantidad de recursos y de energía de fácil acceso.
Los recursos naturales nutren nuestra producción y consumo, y crean riqueza y puestos de trabajo, contribuyendo a nuestra calidad de vida y bienestar. Esta dependencia en el medio ambiente siempre ha sido esencial para nuestra existencia.
Algunos estudios[1] indican que en los últimos cien años, el consumo mundial per cápita de materiales se duplicó, mientras que el de energía primaria se triplicó. En otras palabras, cada uno de nosotros está consumiendo aproximadamente tres veces más energía y el doble de muchos materiales respecto a lo que nuestros antepasados consumían en 1900. Y lo que es más, en la actualidad hay más de 7,2 mil millones de nosotros que lo hacemos, en comparación con los 1,6 mil millones de personas en 1900. Al mismo tiempo, la actual forma en que tienen lugar nuestras actividades económicas está causando una amplia gama de impactos ambientales y sociales. La contaminación del aire, la acidificación de los ecosistemas, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático son todos ellos problemas ambientales que afectan seriamente a nuestro bienestar.
Si bien es importante reducir el flujo de nuevos materiales con “procesos de producción más eficientes”, el concepto de “economía circular” se centra en la necesidad de reducir la pérdida de material y los residuos generados durante la producción y el consumo».
Dado que nuestro planeta tiene recursos limitados, esta tasa de extracción y la forma en que estamos utilizando los recursos degradan y disminuye el capital natural que puede estar disponible para sostener el bienestar de las generaciones futuras. En última instancia, esto significa que habrá menos suelo y menos agua dulce por persona para producir los alimentos que necesitamos. Para asegurar nuestra calidad de vida y el bienestar humano a largo plazo, tenemos que preservar el medio ambiente y seguir cultivando los beneficios que nos proporciona mediante la reducción de la cantidad de materiales que estamos extrayendo. Para ello es necesario cambiar el actual modelo económico lineal de “extraer – producir – consumir – eliminar”, el cual se basa en disponer de una gran cantidad de recursos y de energía de fácil acceso.
Diversas estrategias y normativa de la Unión Europea (UE) –tales como la Estrategia Europa 2020, la iniciativa emblemática de “Uso eficiente de los Recursos en Europa”, la Directiva Marco de Residuos (DMA) y el séptimo Programa de Acción Medioambiental–, las cuales se encuentran ya en aplicación, tratan de integrar la sostenibilidad en actividades económicas claves desde una perspectiva de transición a largo plazo.
Si bien es importante reducir el flujo de nuevos materiales en el proceso de producción haciendo “procesos de producción más eficientes”, el concepto de “economía circular” se centra en la necesidad de reducir la pérdida de material y los residuos generados durante la producción y el consumo. Para ello es necesario abordar todo el sistema de recursos: el uso de materiales existentes “reutilizados, reciclados o valorizados”; el diseño de “productos duraderos y reparables”; nuevos modelos de negocio que adopten enfoques conocidos como “consumo colaborativo”, basados en el arrendamiento, los sistemas producto-servicio y los acuerdos de colaboración; y “patrones de demanda” influenciados por un “buen ejemplo” de la contratación pública ecológica. De este modo, la “economía circular” pretende reducir la demanda de recursos vírgenes, mitigando así el consumo de energía y los impactos ambientales correspondientes.
Hoy en día, los residuos no son sólo un problema medioambiental, sino también una pérdida económica. El Centro de Datos de la UE sobre residuos compila datos de residuos a nivel europeo. De acuerdo con datos de 2010 para 29 países europeos (es decir, la UE-28 y Noruega)[2]:
- Alrededor del 60% de los residuos generados consistían en residuos minerales y de suelo, en gran parte provenientes de la construcción y de las actividades de demolición y de la minería.
- Para el metal, papel y cartón, madera, químicos y residuos médicos y residuos animales y vegetales, cada tipo de residuos varió de 2% al 4% del total.
- Alrededor del 10% del total de residuos generados en Europa consiste en lo que se conoce como “residuos municipales” – residuos generados principalmente por los hogares, y, en menor medida, por la pequeña empresa, y por los edificios públicos como escuelas y hospitales.
En 2012, en los 33 países miembros de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) se generó una media de 4,81 toneladas de residuos sólidos urbanos por persona. Hay una ligera tendencia a la baja a partir de 2007, lo que se explica en parte por la crisis económica que afecta a Europa desde 2008.
Desde la entrada en vigor de la Directiva Marco de Residuos (DMA), se ha producido un cambio positivo vinculado a la aplicación en las políticas y legislación de los Estados miembros de la jerarquía de gestión de residuos».
En cuanto a la “gestión de residuos”, desde la entrada en vigor de la Directiva Marco de Residuos (DMA), se ha producido un cambio positivo vinculado a la aplicación en las políticas y legislación de los Estados miembros de la jerarquía de gestión de residuos que establece el siguiente orden de prioridades: empezando por la prevención, la preparación para la reutilización, reciclado, otro tipo de valorización y como última opción la eliminación. Su finalidad es prevenir la generación de residuos tanto como sea posible, utilizar los residuos que se generen como un recurso y minimizar la cantidad de residuos enviados a los vertederos u otros tratamientos finalistas.
La DMA junto con otras Directivas sobre residuos de la UE incluye objetivos específicos. Por ejemplo, en 2020, cada país de la UE tiene que preparar para la reutilización y el reciclar la mitad de sus residuos municipales; para el año 2016, el 45% de las pilas y acumuladores deben ser recogidos; en 2020, el 70% (en peso) de los residuos no peligrosos provenientes de la construcción y de las actividades de demolición deben ser reciclados o valorizados. Por último, señalar que la “responsabilidad ampliada del productor” es un enfoque esencial para poder alcanzar estos objetivos sobre la prevención y gestión de residuos.
El resultado es que, en general, en la UE una creciente cantidad de residuos se recicla y una cantidad decreciente se envía a los vertederos. Para los residuos municipales, la proporción de residuos reciclados o compostados en la UE-27 aumentó de 31% en 2004 al 41% en 2012[3]. Los resultados de un estudio del AEMA acerca de las ganancias derivadas de una mejor gestión de los residuos municipales[4] destacaron que una mejor gestión de los residuos municipales entre 1995 y 2008 dio lugar a emisiones de gases de efecto invernadero considerablemente inferiores, principalmente atribuible a menores emisiones de metano de los vertederos y a las emisiones evitadas a través del reciclaje.
Los datos estadísticos de España también invitan al optimismo respecto a la prevención y la reducción de residuos. Tomando como fuente el Eurostat[5], la cantidad de residuos generados por hogar descendió un 32,8%, pasando de los casi 2.000 kg/hogar del año 2000 a los 1.342 kg/hogar del 2011. Este descenso en la generación de residuos por habitante se ha producido a un ritmo superior al experimentado por la Unión Europea. Asimismo, ha habido un notable crecimiento de la tasa de recogida selectiva, que se ha incrementado en un 89% desde el año 2000. A la cabeza de los materiales recogidos selectivamente se encuentran el papel-cartón y el vidrio. Este indicador muestra de nuevo un panorama optimista con respecto a la implicación de la sociedad, cada vez más concienciada gracias a campañas de difusión y divulgación como las llevadas a cabo por Ecovidrio. Aún así, el 63,4% de los residuos generados se disponen en vertedero.
Desafortunadamente, en términos generales, los sistemas de producción y consumo actuales de la UE no ofrecen muchos incentivos para la prevención y reducción de residuos».
En cualquier caso, además del imprescindible servicio público y ambiental que presta este sector, las actividades de recogida y tratamiento de residuos, se están revelando como un sector dinámico y con capacidad de creación de empleo. Según datos del MAGRAMA[6], en 2012, el “sector residuos” en España ocupaba a unas 77.500 personas. Si bien el sector todavía supone un porcentaje pequeño con respecto a los ocupados en el conjunto de la economía (un 0,45%), es destacable que entre 2008 y 2012 el número de empleos ha aumentado en casi 10.000 personas. La tasa de paro ha subido entre 2008 y 2012, llegando al 11,4 % que se sitúa muy por debajo del desempleo total de la economía (25,03%). Dentro de este sector, aproximadamente el 57% de los ocupados se dedican a la recogida de residuos, mientras que el “tratamiento y eliminación” y la “valorización” suponen el 27% y 16% respectivamente, aunque estas últimas actividades sigue una tendencia positiva desde el 2010.
Desafortunadamente, en términos generales, los sistemas de producción y consumo actuales de la UE no ofrecen muchos incentivos para la prevención y reducción de residuos. Por ejemplo, el exceso de capacidad en plantas de incineración en algunos países representa un desafío competitivo para su reciclaje, haciendo más difícil para el cambio en la gestión de residuos de acuerdo con la jerarquía de residuos. Además, los impactos ambientales en la cadena del ciclo de vida del producto (pérdida de materias primas y otras materias introducidas en la cadena) son significativamente más amplios que los de las fases de gestión de residuos por sí solos (la mala gestión de los residuos o vertido de basura en el mar).
También hay una dimensión global de los residuos, vinculado a nuestras exportaciones e importaciones. Lo que consumimos y producimos en Europa podría generar residuos en otros lugares. Y en algunos casos, en realidad se convierte en un buen objeto de comercio transfronterizo, tanto legal como ilegal. En este contexto, los residuos no utilizados también representan potenciales pérdidas económicas.
En este sentido, en función del tipo de presión, entre el 24% y el 56% de la huella ambiental asociada con el “consumo” de la UE tiene repercusiones fuera del territorio de la UE. Las estimaciones muestran que la necesidad total de materiales y las emisiones causadas por las tres áreas de consumo europeas de las que se derivan las presiones ambientales más altas –es decir, la alimentación, la movilidad y la vivienda (entorno construido)– no mostraron reducciones significativas entre 2000 y 2007. Sin embargo, desde la perspectiva de la “producción”, en muchos sectores de la economía se ha producido una reducción de la demanda de material y de las emisiones, o un desacoplamiento entre el crecimiento y las emisiones[7].
De hecho, las innovaciones tecnológicas y los cambios de comportamiento que alivian presiones en un área pueden causar consecuencias en el aumento de las presiones en otros lugares. Es decir, las ganancias de eficiencia pueden reducir los costes de producción, aumentar efectivamente el poder adquisitivo de los consumidores y, por tanto, permitir así un mayor consumo (efecto rebote).
Los precios de mercado para los productos finales normalmente no reflejan todos los costes medioambientales y los beneficios económicos que surgen a lo largo de la cadena de valor».
Por otra parte, los patrones de consumo de Europa siguen manteniendo un intenso uso de recursos debido a que la globalización de las cadenas de suministro puede reducir la conciencia del consumidor respecto a las implicaciones sociales, económicas y ambientales de sus decisiones de compra. Esto significa que las opciones del consumidor pueden producir resultados ambiental y socialmente indeseables, sobre todo porque los precios de mercado para los productos finales normalmente no reflejan todos los costes medioambientales y los beneficios económicos que surgen a lo largo de la cadena de valor, lo que dificulta la identificación y la gestión eficaz de los problemas ambientales y sociales relacionados. En general, las sociedades, las economías, los sistemas de financiación, las ideologías políticas y los conocimientos no reconocen o no incorporan la idea de la limitada capacidad de carga del planeta.
Esta divergencia entre las tendencias de mejora de eficiencia en la producción y las tendencias de consumo que llevan aparejadas un uso intensivo de los recursos sugiere que hay una necesidad de mirar más allá de las “mejoras aisladas” de eficiencia en la producción y, en cambio, abordar de una “forma integrada” el binomio “producción-consumo”, tratándolo como sistema, que cumple funciones sociales (por ejemplo, alimentos, vivienda, movilidad). Es decir, es necesario considerar los sistemas completos, y en muchos casos globalizados, en vez de únicamente centrarse en los sectores productivos. Un sistema comprende todos los procesos e infraestructuras que existen en conexión con un recurso o una actividad que es esencial para las actividades humanas[8]. Esta perspectiva implica fijarse no sólo en los flujos de materiales, sino también en los sistemas sociales, económicos y ambientales que estructuran el consumo, y por lo tanto, el uso de los recursos por parte de la sociedad.
En concreto, es necesario un nuevo enfoque de la gobernanza que trate los conflictos de intereses creados por las múltiples y a veces contradictorias funciones de los sistemas de producción–consumo, así como que realice el seguimiento de los impactos asociados a las altamente sofisticadas cadenas globalizadas de suministro, trascendiendo las fronteras nacionales e involucrando de forma más activa a las empresas y a la sociedad. El desafío global para las próximas décadas será volver a calibrar la movilidad, la agricultura, la energía, el desarrollo urbano, y otros sistemas centrales de suministro de tal manera que los sistemas naturales globales mantengan su capacidad de recuperación como base para una vida digna.
[1] EEA SIGNALS 2014, “Well-being and the environment. Building a resource-efficient and circular economy in Europe”, EEA 2014.
[2] http://ec.europa.eu/eurostat/web/waste
[3] EU Data Centre on Waste: http://ec.europa.eu/eurostat/web/waste
[4] “Managing municipal solid waste – a review of achievements in 32 European countries”, EEA Report núm, 2, 2013.
[5] Ver, “Perfil Ambiental de España 2013”, MAGRAMA, 2014.
[6] “Diagnóstico del Sector Residuos en España”, MAGRAMA, Análisis y Prospectiva. Serie Medio Ambiente, núm. 7, abril 2014.
[7] Ver, “The European Environment State and Outlook 2015”, European Environmental Agency, 2015.
[8] Por ejemplo, el sistema de energía incluye los tipos de energía que utilizamos (carbón, eólica, solar, aceite, gas natural, etc.), cómo extraemos o creamos esta energía (turbinas eólicas, los pozos de petróleo, el gas de esquisto, etc.), donde la utilizamos (industria, transporte, calefacción de hogares, etc.) y cómo la distribuimos. También abordaría otras cuestiones como la de los recursos de suelo y aguas afectadas por la producción y uso de energía.