Lucía Caballero.
Jefa de Edición / Editora de Medio Ambiente y Energía.
The Conversation.
Entre los posibles sustitutos de los plásticos que se investigan en la actualidad están los materiales compostables provenientes de los residuos orgánicos.
Las propiedades del plástico lo convierten en un material idóneo para múltiples usos, desde la electrónica, la automoción y la agricultura a la medicina. Pero probablemente –basta con echar un vistazo en cualquier supermercado– se imagine cuál es su aplicación más extendida: el empaquetado, al que se destina alrededor del 40,5 % de todo el producido solo en Europa.
Este omnipresente polímero plantea dos problemas principales: proviene del petróleo, una fuente no renovable, y tiene un enorme impacto en el medio ambiente y la salud.
Ahora bien, ¿es el plástico la única opción? ¿No existen otros materiales más sostenibles para envasar, por ejemplo, alimentos?
Gracias a la ciencia, la respuesta es sí. Una de las alternativas que se investigan en la actualidad son los materiales compostables provenientes de los residuos orgánicos, que pueden mejorar, además, la conservación de los productos. En la Universitat Politècnica de València, por ejemplo, han aprovechado residuos vinícolas y de la piel de la almendra para envasar aceite de girasol.
En el caso de los envases de alimentos, el reciclado no representa una solución factible porque algunos están formados por hasta seis capas de materiales distintos, como en los tetrabriks, y porque pueden contener restos de comida y contaminantes que impiden que se puedan reutilizar con el mismo fin.
Entre los bioplásticos, los más prometedores son los biobasados –obtenidos de fuentes renovables como maíz, caña de azúcar y celulosa– y biodegradables. Sin embargo, el coste y la dificultad para fabricarlos, así como las limitaciones agrícolas, sociales y ambientales de poner en marcha grandes plantaciones, constituyen importantes barreras para que puedan sustituir totalmente a los convencionales.
Recurrir a los residuos urbanos orgánicos y de la industria agroalimentaria permite eliminar la necesidad de ocupar vastas extensiones de terreno a la vez que fomenta la economía circular. Su transformación en bioplásticos se realiza en biorrefinerías, instalaciones en las que también se generan otros productos como biocombustibles, piensos y antioxidantes.
Dos de las materias primas para estas factorías son el aceite y las grasas animales generadas principalmente en la industria de procesamiento de alimentos, restaurantes y en los hogares. Algunas bacterias tienen la habilidad de degradarlas y convertirlas en bioplásticos, entre otras sustancias.
Los microorganismos son tan asombrosos que pueden hacer lo propio también con el dióxido de carbono atrapado de la atmósfera, reduciendo de paso su concentración para mitigar el cambio climático.
En los últimos años se han implantado medidas para reducir el consumo de plásticos y la cantidad de tóxicos que contienen y aumentar su tasa de reciclaje, pero aún queda mucho por hacer. Por eso los países están negociando un tratado global para acabar con la contaminación que provocan.
Dar un empujón a la producción de materiales alternativos sin duda ayudará a evitar que se cumplan los pronósticos que estiman que en 2025 se producirán 445,25 millones de toneladas de este polímero derivado del petróleo que tanto nos facilita y nos complica la vida al mismo tiempo.
Fuente:
The Conversation