Investigadores de la Universidad de Nuevo México han desarrollado un método para cuantificar la presencia de microplásticos en la placenta humana, hallando partículas en las 62 muestras estudiadas.
Una avalancha de estudios recientes ha descubierto que los microplásticos están presentes en prácticamente todo lo que consumimos, desde el agua embotellada hasta la carne y los alimentos de origen vegetal. Ahora, investigadores de Ciencias de la Salud de la Universidad de Nuevo México (UNM), en EE.UU., han utilizado una nueva herramienta analítica para medir los microplásticos presentes en placentas humanas.
En un estudio recientemente publicado en la revista Toxicological Sciences, un equipo dirigido por el doctor Matthew Campen, catedrático del Departamento de Ciencias Farmacéuticas de la UNM, informó de la presencia de microplásticos en las 62 muestras de placenta analizadas, y con concentraciones que oscilaban entre 6,5 y 790 microgramos por gramo de tejido.
Aunque esas cifras puedan parecer pequeñas (un microgramo es la millonésima parte de un gramo), Campen está preocupado por los efectos sobre la salud de un volumen de microplásticos en constante aumento en el medio ambiente.
Para los toxicólogos, «la dosis hace el veneno». «Si la dosis sigue aumentando, empezamos a preocuparnos. Si vemos efectos en las placentas, entonces toda la vida mamífera del planeta podría verse afectada. Eso no es bueno», afirma.
En el estudio, Campen y su equipo, en colaboración con colegas de la Facultad de Medicina Baylor y la Universidad Estatal de Oklahoma, analizaron tejido de placenta donado. En un proceso llamado saponificación, trataron químicamente las muestras para «digerir» la grasa y las proteínas y convertirlas en una especie de jabón.
A continuación, centrifugaron cada muestra en una ultracentrífuga, lo que dejó una pequeña pepita de plástico en el fondo de un tubo. A continuación, mediante una técnica llamada pirólisis, colocaron el gránulo de plástico en un vaso metálico y lo calentaron a 600 grados centígrados, para después capturar las emisiones de gas a medida que los distintos tipos de plástico ardían a temperaturas específicas. «La emisión de gases se introduce en un espectrómetro de masas y se obtiene una huella dactilar específica», explica Campen.
Más de la mitad es polietileno
Los investigadores descubrieron que el polímero más prevalente en el tejido placentario era el polietileno, que se utiliza para fabricar bolsas y botellas de plástico. Representaba el 54% del total de plásticos. El cloruro de polivinilo (más conocido como PVC) y el nailon representaban cada uno alrededor del 10% del total, y el resto consistía en otros nueve polímeros.
Marcus García, farmacéutico y becario postdoctoral del laboratorio de Campen que realizó muchos de los experimentos, dijo que hasta ahora había sido difícil cuantificar la cantidad de microplásticos presentes en los tejidos humanos. Normalmente, los investigadores se limitaban a contar el número de partículas visibles al microscopio, aunque algunas son demasiado pequeñas para verse.
Con el nuevo método analítico, «podemos dar el siguiente paso para poder cuantificarlo adecuadamente y decir: ‘Esto son tantos microgramos o miligramos’, dependiendo de los plásticos que tengamos», dice García.
microplásticos con 40 o 50 años
El uso de plástico en todo el mundo ha crecido exponencialmente desde principios de los años 50, produciendo una tonelada métrica de residuos plásticos por cada habitante del planeta. Aproximadamente un tercio del plástico que se ha producido sigue utilizándose, pero la mayor parte del resto se ha desechado o enviado a vertederos, donde empieza a descomponerse por la exposición a la radiación ultravioleta presente en la luz solar.
«Eso acaba en las aguas subterráneas, y a veces se aerosoliza y acaba en nuestro medio ambiente», dice García. «No sólo nos llega por ingestión, sino también por inhalación. No sólo nos afecta a nosotros, los humanos, sino también a todos nuestros animales -pollos, ganado- y a todas nuestras plantas. Lo vemos en todo».
Campen señala que muchos plásticos tienen una vida media larga. «Así, la vida media de algunas cosas es de 300 años y la de otras es de 50 años, pero entre ahora y los 300 años parte de ese plástico se degrada», afirma. «Esos microplásticos que estamos viendo en el medio ambiente tienen probablemente 40 o 50 años».
Efectos sobre la salud
Aunque los microplásticos ya están presentes en nuestro organismo, no está claro qué efectos pueden tener sobre la salud, si es que tienen alguno. Tradicionalmente, se ha supuesto que los plásticos son biológicamente inertes, pero algunos microplásticos son tan pequeños que se miden en nanómetros -la milmillonésima parte de un metro- y son capaces de atravesar las membranas celulares, señaló.
Según Campen, la creciente concentración de microplásticos en los tejidos humanos podría explicar el desconcertante aumento de algunos tipos de problemas de salud, como la enfermedad inflamatoria intestinal y el cáncer de colon en personas menores de 50 años, así como el descenso del recuento de espermatozoides.
La concentración de microplásticos en la placenta es especialmente preocupante, porque el tejido sólo lleva ocho meses creciendo (empieza a formarse al mes de embarazo). «En otros órganos del cuerpo se acumulan durante periodos de tiempo mucho más largos», insiste Campen.
Él y sus colegas están planeando nuevas investigaciones para responder a algunas de estas preguntas, pero mientras tanto está profundamente preocupado por la creciente producción de plásticos en todo el mundo.
«No hace más que empeorar, y la trayectoria es que se duplicará cada 10 o 15 años», afirma. «Así que, aunque lo detuviéramos hoy, en 2050 habrá tres veces más plástico en el ambiente que ahora. Y no vamos a pararlo hoy», concluye.
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