Los procesos de degradación de los residuos plásticos producen innumerables partículas diminutas que ya se pueden detectar en prácticamente todos los ecosistemas. Los más pequeños son los denominados nanoplásticos, pero aún existen grandes lagunas de conocimiento en torno a ellos y su peligrosidad para la salud y el medio ambiente.
Dondequiera que los científicos miren, pueden detectarlos: ya sea en remotos lagos de montaña, en el hielo marino del Ártico, en el fondo del océano profundo, en muestras de aire, incluso en el pescado que comemos: miles y miles de partículas de plástico microscópicas en el rango de micro a milímetros. Este microplástico se considera ahora incluso uno de los rasgos definitorios del Antropoceno, la era de la Tierra configurada por los humanos modernos.
Los microplásticos se forman por procesos de meteorización y degradación fisicoquímica o biológica a partir de productos plásticos macroscópicos, como las toneladas de residuos plásticos que terminan en los océanos. Es poco probable que estos procesos de degradación se detengan en la escala micrométrica. Por ello, cada vez es mayor la preocupación por los posibles efectos nocivos que los nanoplásticos podrían tener en diversos ecosistemas.
«Numerosas informaciones de los medios de comunicación sugieren, a través de su cobertura, a veces muy emocional, que nos enfrentamos a un gran problema», dice el investigador del instituto suizo de investigación de materiales Empa, Bernd Nowack, que ha estudiado durante mucho tiempo los flujos de material de micro y nanopartículas sintéticas -como los procedentes de los textiles o de la abrasión de los neumáticos- en el medio ambiente. Pero Nowack asegura que, por el momento, esta afirmación apenas puede ser corroborada por los hallazgos científicos: «Ni siquiera sabemos qué cantidad de nanoplásticos hay en los distintos ecosistemas».
Enormes lagunas de conocimiento…
Esto se debe principalmente a que es enormemente difícil, en términos de tecnología de medición, identificar nanopartículas artificiales de plástico en muestras ambientales con miles y miles de partículas (naturales) de tamaño similar. Primero habría que desarrollar métodos analíticos adecuados, afirma Denise Mitrano, de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETH). Y luego se trataría de entender exactamente qué riesgo suponen las minúsculas partículas de plástico -algunas de las cuales difieren considerablemente en su composición química- para los seres humanos y el medio ambiente. Es decir: cuán peligrosas son en última instancia. Por ello, «no podemos decir justificadamente que tenemos un problema grave, pero tampoco podemos decir que no lo tenemos», añade Nowack.
Esto se debe a que cuanto más pequeñas son las partículas, más probabilidades tienen de llegar a órganos y tejidos inaccesibles para las partículas más grandes. La barrera hematoencefálica o la placenta, por ejemplo, impiden el paso de partículas y macromoléculas hasta que alcanzan un determinado tamaño, protegiendo así los tejidos y órganos que hay «detrás», es decir, el cerebro y el feto, respectivamente, de sustancias potencialmente peligrosas como virus y bacterias.
«Incluso si ingerimos microplásticos, por ejemplo a través de la comida, probablemente no entren en nuestro torrente sanguíneo ni en nuestro cerebro, sino que simplemente se excreten de nuevo», dice Peter Wick, jefe del laboratorio de Interacciones Partículas-Biología de Empa, que estudia las interacciones de las nanopartículas con los sistemas biológicos. Pero «con los nanoplásticos, no podemos estar tan seguros».
…y gran necesidad de investigación
Debido a las enormes lagunas en los conocimientos actuales, hay que intensificar la investigación sobre los nanoplásticos, concluyen Mitrano, Wick y Nowack. Sin embargo, esto debe hacerse de la forma más sistemática y amplia posible, y con la cabeza fría. Al fin y al cabo, los contaminantes emergentes no siempre resultan ser tan peligrosos como se suponía en un principio.
«Nuestra sociedad adopta inicialmente una actitud de riesgo cero hacia muchas cosas que son nuevas y desconocidas», dice Wick. Y eso es comprensible, añade, especialmente en el caso de los nanoplásticos, porque, después de todo, «¿quién quiere plástico en su comida?».
La solución al problema, sin embargo, es tan sencilla (al menos en teoría) como compleja. Por un lado, gran parte de las partículas de nanoplástico se producen por la degradación de los macro y microplásticos. Por tanto, si hay menos plástico en el medio ambiente, se reduce la cantidad de nanoplásticos, y aquí cada uno de nosotros puede ayudar a dejar de contaminar el medio ambiente con residuos plásticos.
Por otro lado, los nanoplásticos también pueden crearse durante el uso de los productos de plástico -por ejemplo, por abrasión- sin que el usuario pueda hacer nada al respecto. De hecho, nuestra sociedad actual apenas es posible sin el plástico. «Los distintos polímeros tienen simplemente demasiadas propiedades positivas para ello», concluye Bernd Nowack.