
Paula Cristóbal Ruiz.
Profesora de Producción Textil, Materiales y Sostenibilidad en Grado de Diseño de Moda.
Universidad Rey Juan Carlos.
Tamara Ruiz-Calleja.
Profesora de Tecnología y Moda.
Universidad Rey Juan Carlos.
Entre las sustancias que más preocupan a la comunidad científica figuran los compuestos perfluoroalquilados (PFAS), empleados en la confección de ropa con propiedades antimanchas e impermeables.
Hoy en día, muchos tejidos reciben tratamientos que cambian la naturaleza de sus propiedades, ya sea para dar un tacto más suave, aplicar un acabado antimanchas o proporcionar propiedades ignífugas o antiolor. Como consecuencia de incorporar estas ventajas funcionales, las prendas arrastran una serie de sustancias que no solo permanecen en la ropa, sino que también llegan a nuestro cuerpo y al entorno.
A largo plazo, pueden provocar alteraciones en nuestro organismo y en los ecosistemas, situando a la industria textil como uno de los principales responsables de esta contaminación química.
Un límite planetario olvidado: la contaminación química
En los últimos años, el impacto ambiental de la moda y su contribución a la crisis climática han estado en el punto de mira, sobre todo, por su consumo de agua y de energía. Sin embargo, sus efectos en el límite planetario de la contaminación química han recibido mucha menos atención.
Este límite hace referencia a la cantidad de sustancias sintéticas y persistentes que nuestra biosfera puede tolerar sin ver amenazadas sus funciones vitales. La contaminación química o emisión de estos nuevos compuestos antropogénicos es, sin duda, uno de los procesos que puede alterar de manera abrupta otros límites importantes, como pueden ser la integridad de los ecosistemas, la calidad del suelo y el agua dulce o la acidificación de los océanos.
Usamos sustancias cuya toxicidad no ha sido evaluada, lo que supone un alto riesgo porque se dispersan por todo el planeta, alcanzan diferentes niveles tróficos y largas distancias, y llegan incluso a acumularse en organismos vivos y en tejidos humanos.
Evaluar el riesgo que conllevan implica un reto considerable, puesto que exige analizar su persistencia, su bioacumulación y los posibles efectos sinérgicos que pueden surgir al combinarse con otras sustancias y procesos ambientales.
Aun así, su uso en la industria textil sigue descontrolado, y cada vez se publican más ensayos e investigaciones que evidencian el grave perjuicio que representan para la salud del planeta y de las personas.
Si de por sí estas sustancias son perjudiciales en diferentes sectores, imaginemos lo dañinas que pueden llegar a ser en la ropa que nos acompaña día tras día y está en contacto directo con nuestra piel.
Forever chemicals: los PFAS en la ropa
Entre las sustancias que más preocupan a la comunidad científica figuran los compuestos perfluoroalquilados (PFAS), empleados en la confección de ropa con propiedades antimanchas e impermeables. El problema radica en que estos químicos tienden a acumularse en órganos como el hígado o la glándula tiroides, y se han asociado con disrupción endocrina, alterando el metabolismo y también el sistema inmune y reproductivo.
Además, debido a su enorme estabilidad, se les conoce popularmente como forever chemicals, ya que pueden conservarse en el medio ambiente durante décadas. Esto lo podemos comprobar en varios estudios de los últimos años, entre los que destacan el trabajo de Harry Doyle, publicado en 2024 por la Agencia Europea de Medioambiente; o las investigaciones del Instituto de Investigación Biosanitaria de Granada, liderados por el catedrático Nicolás Olea, referente en España en el estudio y divulgación de los efectos de estos compuestos y su incidencia en la salud.
Fibras sintéticas, ¿un riesgo para el cerebro?
El poliéster, el nailon o el acrílico, entre otras fibras sintéticas, desempeñan un rol central en el problema de la contaminación química. Al lavarse o desgastarse, desprenden diminutas partículas que se conocen como microplásticos. Su tamaño microscópico facilita la entrada en el organismo a través de la ingestión, la respiración o el contacto dérmico.
En investigaciones recientes, se han encontrado microplásticos en órganos humanos tan íntimos como pulmones, intestino, leche materna e, incluso, la placenta.
En este último año, también ha suscitado un particular interés el hallazgo de microplásticos en el bulbo olfativo, situado en el cerebro, lo que sugiere la posibilidad de que crucen ciertas barreras protectoras del sistema nervioso.
Además, otro estudio identificó concentraciones más elevadas de estas partículas en personas con enfermedades neurodegenerativas, como la demencia, planteando la hipótesis de que su presencia podría estar relacionada con procesos inflamatorios o de degeneración neuronal.
Por otra parte, muchos de los compuestos químicos involucrados en la producción textil se consideran disruptores endocrinos, capaces de desequilibrar nuestro sistema hormonal. Esto se asocia con problemas de fertilidad, alteraciones metabólicas –como diabetes, inflamación crónica y obesidad– y con el desarrollo de ciertas enfermedades crónicas como el cáncer, según la Organización Mundial de la Salud.
Por su parte, se ha observado que algunos microplásticos también sirven como vehículo de otras sustancias tóxicas, que ingresan en nuestro organismo pudiendo desencadenar otros procesos de toxicidad y alteración del sistema inmune.
¿Qué podemos hacer?
El primer consejo es informarnos antes de comprar, para evitar PFAS y otros tratamientos agresivos. También podemos elegir materiales renovables o certificados, que limiten la emisión de microfibras. Es conveniente, por otro lado, alargar la vida útil de la ropa: los primeros lavados son los más contaminantes.
En cuanto a las políticas públicas, es necesario incentivar el I+D en materiales biodegradables libres de químicos tóxicos.
Es importante exigir una responsabilidad a las empresas del sector conforme a las investigaciones citadas para reducir la exposición prolongada a químicos peligrosos. Dado que la ropa nos acompaña y está en contacto con nuestra piel constantemente, la evidencia sugiere que sería recomendable promover prácticas más limpias para las elecciones de materiales.
Generar nuevas certificaciones textiles que puedan medir el uso y persistencia de estos compuestos de forma veraz, así como el desprendimiento de microfibras plásticas, debería ser uno de los objetivos de la economía circular en esta industria. Gracias a esto se podrán cambiar ciertas prácticas y el consumidor podrá estar más informado para decidir sobre su compra de forma consciente.
Fuente:
The Conversation