Algunas subvenciones que parecen incentivar la sostenibilidad no son tan simples y a veces pueden tener efectos indirectos negativos, advierte un grupo de científicos en un artículo publicado en Science.
Las subvenciones públicas a prácticas y procesos empresariales deben abordarse con cautela, aun cuando parezcan respetuosas con el medio ambiente, según argumentan un grupo de científicos y economistas en el Policy Forum de la revista Science.
Sostienen que las subvenciones pueden alterar las presiones del mercado, provocando consecuencias imprevistas que no sólo perpetúan las subvenciones perjudiciales a lo largo del tiempo, sino que disminuyen la eficacia general de las destinadas a promover la sostenibilidad ambiental.
Por ello, los autores aconsejan que, cuando haya que recurrir a ellas, las subvenciones tengan una fecha de caducidad clara.
«Tenemos esta extraña yuxtaposición de intentar eliminar las subvenciones en algunos sectores y aumentarlas en otros», afirma la autora principal, Kathleen Segerson, catedrática de Economía de la Universidad de Connecticut, en EE.UU. «La pregunta que me interesaba era: ¿es esto bueno o malo?».
Segerson y los coautores del artículo son un grupo de destacados economistas, ecologistas, geógrafos, psicólogos y otros científicos de todo el mundo que se reunieron en el Taller Askö 2022, patrocinado por el Instituto Beijer de Economía Ecológica de Estocolmo (Suecia).
Según los autores, las subvenciones pueden ser poderosas motivaciones que favorezcan los objetivos medioambientales y de sostenibilidad. Por ejemplo, la Ley de Reducción de la Inflación de 2022 de Estados Unidos utiliza créditos fiscales e incentivos para cosas como los vehículos eléctricos (VE), la energía solar y la energía eólica para cumplir sus objetivos de energía renovable y eficiencia.
También pueden ser un enfoque políticamente más fácil para promulgar cambios que crear nuevas leyes o impuestos, dice Segerson, e incluso a veces se consideran capital político, para garantizar el apoyo de determinados grupos de interés.
Pero algunas subvenciones que parecen fomentar la sostenibilidad no son tan sencillas, explican los autores. A veces pueden tener efectos indirectos negativos.
Tomemos el caso de los vehículos eléctricos: Cambiar los coches de gasolina por vehículos eléctricos reduce las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, cuando las subvenciones a los vehículos eléctricos y su tecnología crean vehículos más baratos, el mercado se expande y aumenta el uso general de vehículos. «Cuando se subvenciona una industria, se la está fomentando», resume Segerson.
Pero si las subvenciones se destinaran a aumentar la infraestructura y el acceso al transporte público, más gente podría deshacerse de sus coches, con lo que el impacto medioambiental positivo neto sería mucho mayor.
«Una subvención que en un principio se consideraba beneficiosa para la sociedad puede acabar reconociéndose que tiene costes muy superiores a los beneficios», escriben los autores.
Tanto los economistas como los ecologistas consideran que muchas de las subvenciones que se aplican desde hace décadas contribuyen activamente al cambio climático y a las amenazas a la biodiversidad.
Subvenciones «imposibles de matar»
Los autores citan que se ha demostrado que las subvenciones a los insumos agrícolas en Estados Unidos provocan el 17% de la contaminación por nitrógeno, mientras que las subvenciones a la producción son responsables del 14% de la deforestación mundial. En 2018, casi el 70% de los 35.400 millones de dólares en subvenciones a la pesca se destinaron a aumentar la capacidad pesquera a través de ayudas como la compra de combustible, la inversión de capital y las infraestructuras, todo lo cual contribuye a la sobrepesca.
A pesar de que los líderes del G20 se comprometieron hace más de una década a eliminar progresivamente las ineficientes subvenciones a los combustibles fósiles, algunas fuentes estiman que en 2022 todavía había 1,3 billones de dólares en subvenciones mundiales a los combustibles fósiles, debido a los considerables intereses creados y a la presión política de las empresas beneficiarias para mantenerlas.
En Estados Unidos, el gobierno de Biden ha intentado en repetidas ocasiones derogar las exenciones fiscales a los combustibles fósiles, pero no lo ha conseguido, lo que llevó a un artículo publicado en el New York Times a calificar estas subvenciones de «zombis del código fiscal: imposibles de matar».
Desde el punto de vista de la eficiencia económica, es mejor gravar las actividades que generan efectos negativos, como un impuesto sobre el carbono, dice Segerson, pero son difíciles de vender. «Los impuestos medioambientales son muy difíciles de aprobar, así que es mejor tener la subvención que no tener nada», afirma.
Las subvenciones que reducen el impacto ambiental negativo son, por tanto, la segunda mejor solución. Imponer límites temporales es de gran importancia para garantizar que las subvenciones, que son lo mejor que podemos hacer ahora, puedan retirarse cuando sea posible algo mejor.
«Podemos subvencionar estos procesos de producción más ecológicos, pero con cautela y reconociendo que no queremos depender de estas subvenciones a largo plazo», concluye Segerson.